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¿De qué muere un astronauta?

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Si el pasado diciembre lamentamos la muerte de John Glenn, primer estadounidense que orbitó la Tierra, la carrera espacial ha perdido ahora a otra de sus leyendas: Gene Cernan, el último hombre en pisar la Luna, concretamente en diciembre de 1972, cuando alunizó a bordo del Apolo XVII. Glenn falleció a los 95 años; Cerman, a los 82. De los 12 astronautas que visitaron el satélite, seis ya no están entre nosotros. Una improvisada media de su esperanza de vida daría como resultado 75,5 años. Y si hacemos el mismo cálculo con aquellos que siguen con vida, la cifra asciende a los 83,6 años. ¿Viven más años los astronautas?

«No me consta que vivan más. Pero, de ser así, sería sorprendente, teniendo en cuenta los efectos negativos que tiene el vuelo espacial», afirma a LA RAZÓN Pedro Duque, astronauta español de la Agencia Espacial Europea (ESA). Sin embargo, si tenemos en cuenta que estos pioneros de los viajes espaciales «eran un grupo de militares y pilotos de combate, y con costumbre de hacer muchísimo más ejercicio que el resto de la población y seguir una alimentación sana», es posible que eso «compensara los efectos del vuelo espacial con creces». Duque recuerda que John Glenn, al que conoció personalmente, «era un señor mayor que no perdonaba varios kilómetros de marcha rápida cada día».

«Hablamos de gente que, al menos antes de emprender esos viajes, ha tenido una vida muy controlada desde el punto de vista médico», dice Ramón Domínguez-Mompell, miembro de la Asociación Americana de Medicina Aeroespacial. «Los que viajaron a la Luna contaban con años de preparación durante los cuales debían constatar que estaban sanos. Y en el viaje, se les monitorizaban las constantes vitales». Pero, como decía Duque, viajar al espacio produce un desgaste. Sobre todo en tres áreas: la ingravidez, la radiación y el confinamiento.

«La ingravidez produce efectos sobre el equilibrio y la orientación, que suelen desaparecer en un par de días. A más largo plazo, todo el sistema locomotor se atrofia –músculos, huesos...– si no se hace ejercicio intenso durante la duración completa del vuelo», dice el astro-nauta. No hay que olvidar el llamado síndrome de Allison: la falta de gravedad puede provocar que los astronautas pierdan hasta el 20% de su masa ósea en estancias de 12 meses en el espacio. Un tiempo que no alcanzaron los tripulantes de las misiones Apolo, que se prolongaron, por lo general, en torno a diez días, pero que sí sobrepasaron algunos de los habitantes de la Estación Espacial Internacional.

¿Y la radiación? Un reciente estudio publicado en la revista «Scientific Reports» por la Universidad del Estado de Florida mostraba una sorprendente conclusión: el 43% de las muertes de los astronautas que viajaron a la Luna se debió a enfermedades cardiacas, lo que supone un riesgo entre cuatro y cinco veces mayor que aquellos que no abandonaron nunca nuestra órbita. De hecho, hace casi cinco años Neil Armstrong falleció debido a una obstrucción de sus arterias coronarias. ¿Pero qué papel jugaría aquí la radiación? Los autores probaron que una exposición radiactiva sobre ratones similar a la que soportaron los astronautas –cien veces mayores que las de la Tierra– provocaba a los animales daños en las arterias.

Como explica Domínguez-Mompell, los astronautas, en sus viajes, sobrepasan dos «escudos» naturales: la atmósfera terrestre y los cinturones de Van Allen, que «protegen de las radiaciones cósmicas y solares». Sin embargo, «no se ha demostrado que haya una radiación causa efecto entre las radiaciones cósmicas ionizantes y las enfermedades cardiovasculares». De hecho, y cómo dice el médico, si nos fijamos en los historiales de los astronautas fallecidos, no parece que ninguno padeciera un tumor. «Basándonos en eso, ¿quién nos podría negar que el hecho de salir al espacio no les haya protegido contra los tumores? Con sólo doce casos, no se puede establecer una casuística», afirma. Por eso, y para profundizar, «habría que estudiar el historial de sus descendientes, y ver si padecen algún síndrome ligado a sus cromosomas».

«La cantidad de radiación es bastante mayor que la recibida por otros profesionales expuestas a ella, como los operadores de rayos X, pero no parece arriesgado», dice Duque. Con todo, «la radiación depende mucho del tipo de trayectoria. Las estaciones espaciales están protegidas por el campo magnético terrestre; por el contrario, los viajes lunares tuvieron mucha más dosis de radiación. No mata en seguida, pero sí aumenta la probabilidad de tener cáncer». La radiación, de hecho, provocó que muchos de estos astronautas sufrieran cataratas.

Irritabilidad, depresión y fatiga son algunos de los problemas que surgen debido a los confinamientos prolongados, que traen consigo confusión mental y cambios en el comportamiento. Marte está a la vuelta de la esquina: en 2030 podrían llegar los primeros seres humanos... tras seis meses de viaje. Ahora, la ciencia trabaja contrareloj para que estos «efectos secundarios» por exponerse al espacio sean lo más livianos posible.


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