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Sabemos que más de la mitad de la población duerme de lado, que en torno al 48% ronca, que estamos más a gusto solos que acompañados y que, por lo menos, echamos en falta al menos una hora de sueño al día. Y sabemos también que necesitamos nuestras horas de descanso, básicamente, para sobrevivir. «Si no dormimos, nos morimos», afirma el doctor Joaquín Terán-Santos, presidente de la Sociedad Española del Sueño (SES). «Se alterarían los procesos neurológicos, de control de nuestra temperatura, de control metabólico, cardiovascular e inmunológico de nuestras defensas. Y la consecuencia fatal es que el impacto sobre la salud provocaría nuestra muerte. Dormir es un imperativo biológico», añade. Sin embargo, hay algo que no sabemos: ¿qué utilidad tiene exactamente pasar un tercio de nuestra vida durmiendo? La respuesta sigue siendo hoy objeto de debate: dormir podría ser algo más que una actitud pasiva. Y una de las líneas que más consenso aúna dentro de la comunidad científica es la que apunta al sueño como una forma de cribar nuestros recuerdos.
Así lo demuestran dos estudios publicados recientemente en «Science» y firmados por científicos de la Universidad de Wisconsin-Madison y de la Universidad Johns Hopkins. A lo largo del día, recibimos multitud de información, de forma tanto consciente como inconsciente. Se sabe –o se sospecha– que, durante el sueño, consolidamos recuerdos recién formados. Para almacenarlos, el cerebro modifica y potencia un gran número de conexiones sinápticas, es decir, las transmisiones de información entre neuronas. Pero sus estudios, realizados en ratones, vendrían a demostrar que durante el sueño también se «apagan» o destruyen otras sinapsis que obstruyen ese almacenamiento, pues, no en vano, memorizar y aprender son procesos que aumentan considerablemente el consumo de energía cerebral. En resumen: mientras dormimos, nuestro cerebro no sólo elige qué vamos a recordar, sino que para contrarrestar, para hacer «hueco» a esos recuerdos, también decidirá qué elementos van a parar directamente a una papelera de reciclaje que, finalmente, será vaciada. «El sueño es muy inaccesible», afirma a LA RAZÓN el doctor Hernando Pérez, secretario del Grupo de Estudio de Trastornos de la Vigilia y el Sueño de la Sociedad Española de Neurología (SEN). «Y a la hora de hacer valoraciones neuropsicológicas, nos movemos en el terreno de la hipótesis», añade. Precisamente, varias hipótesis, como la publicada en «Science», apuntan a que el sueño puede tener una función concreta: la consolidación de la memoria.
Pero, ¿qué sabemos con certeza acerca de la función de dormir? Como explica Pérez, se sabe que el sueño activa en nuestro cerebro algunos neurotransmisores –sustancias químicas que transmiten señales de una neurona a otra– como la acetilcolina, que ha sido relacionada con los circuitos de la memoria y de la atención. Del mismo modo, el sueño activa una serie de zonas de nuestro cerebro vinculadas con la memoria a corto y largo plazo, como los lóbulos temporales, el hipocampo y el sistema límbico. Esta última zona está relacionada también con las emociones. «Cuando recordamos un hecho es porque no está exento de contenido emocional», explica. Asimismo, sabemos que el sueño tiene cuatro fases, que se van sucediendo en ciclos de entre 90 y 120 minutos: las tres primeras constituyen el «sueño no REM» (movimientos oculares rápidos), domina la primera mitad de la noche y, en cada fase, el descanso va siendo progresivamente más profundo y más reparador. Después está la fase REM, menos profunda y «muy parecida a la vigilia. Si nos despertamos en esa fase, vamos a recordar lo soñado», dice Terán-Santos. Y es que soñamos toda la noche, pero los sueños –o pesadillas– que tenemos frescos por la mañana son los que se producen en este periodo. Aquí puede estar la clave. «Se cree que la regulación de nuestras emociones y, probablemente, la consolidación de la memoria, se producen en la fase REM», dice Pérez.
Entonces, ¿podrían formar parte los sueños de esa criba de recuerdos que nuestra memoria ejecuta mientras dormimos? Ahí está el misterio. «Están los que defienden que los sueños no son más que un epifenómeno del juego de transmisores de nuestro cerebro, pero también los que defienden que tienen un papel regulador de la memoria y las emociones», responde Pérez. Prueba de ello podría ser el síndrome de estrés postraumático: hasta que el paciente se adapta, sufre pesadillas en relación con la vivencia traumática que le produjo ese estado. Y, por supuesto, su cerebro no lo olvida.