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Sí, Einstein tenía razón

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Einstein tenía razón. Dicho así, parece una perogrullada. Einstein, el mayor científico que han dado los siglos, uno de los hombres más inteligentes que han pisado la Tierra, ¿cómo no va a tener razón? La tendría siempre.

Pero las cosas no son tan sencillas. Su teoría de la Relatividad es un prodigio de la física cosmológica, un monumento a al teorización matemática, pero un suplicio para quienes han querido demostrarla. Para constatar que sus ideas eran ciertas (que lo eran) el mejor método sería encerrar en un laboratorio el cosmos entero y probar sobre él: cambiar medidas, fuerzas, componentes... Todo hace indicar que se hiciéramos ese ejercicio, que es el mismo que se realiza para comprobar cualquier fenómeno físico, resultaría que Einstein tiene razón. Pero es evidente que tamaño ejercicio experimental es imposible. Por eso, desde que hace más de 100 años Albert lanzara al mundo sus ideas, la ciencia se empeña en demostrarlas por medios más factibles. Y lo hace. La última vez, hoy mismo cuando un equipo de científicos, entre ellos expertos españoles, hizo público los resultados de su seguimiento durante 26 años de la estrella S2, a 26.000 años luz de la Tierra. Y sí, Einstein tenía razón.

La teoría de la relatividad general sostiene que la gravedad no es otra cosa que el efecto de la curvatura en el espacio y el tiempo. Cuando un objeto atrae a otro en el cosmos, no es porque una suerte de hilo de partículas invisibles tire de ellos. El efecto, más bien, se parece al de una colchoneta en la que sentamos a tres niños. Dos delgaditos en los extremos y uno más pesado en el centro. Los primeros caerán hacia el lado del más voluminoso por la curvatura que éste realizará en la colchoneta.

Esta teoría ha sido la mejor descripción jamás realizada de cómo funciona la gravedad. Pero para que una teoría sea cierta debe funcionar en cualquier lugar en el que se pruebe: tanto en la colchoneta de los niños como en el interior del centro de una galaxia.

En estudio publicado hoy en Science eligió la parte más difícil: el centro de una galaxia. De hecho, este trabajo es uno de los dos únicos realizados sobre la estrella S2 que circula centra de Sagitario A, el agujero negro que hay en el centro de la Vía Láctea.

A 26.000 años luz de nuestro planeta, Sagitario A es un agujero supermasivo con una masa equivalente a cuatro millones de soles como el que nos ilumina cada mañana. Estos agujeros tienen una atracción gravitatoria tal que absorben todo lo que se acerca a ellos, incluso la luz. Es muy difícil, por no decir imposible, medir cómo funcionan las teorías sobre la gravedad de Einstein en un agujero negro. Pero se pueden comprobar de manera indirecta observando el efecto que provoca en las estrellas que lo rodean. Es como determinar la velocidad a la que iba un coche estrellado por el tamaño de las huellas que dejó al frenar.

La estrella S2 dibuja una elipse muy pronunciada en torno a Sagitario A. En su punto de máximo acercamiento se sitúa solo a 3 veces la distancia que hay entre el Sol y Plutón. A esa distancia, según la teoría de Einstein, los fotones que emite la estrella deberían sufrir una pérdida de energía, como si el agujero estuviera absorbiendo la luz del astro.


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