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Las bacterias invasoras del ADN

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Una de esas verdades que todos asumimos en ciencia como indiscutible es que los seres humanos nos parecemos a nuestros padres y madres porque recibimos de ellos los genes que nos hacen como somos. Bueno, en realidad nos parecemos también a otros miembros de la familia. Por ejemplo, a los abuelos. Mi madre porta genes de mis dos abuelos maternos y mi padre, de mis dos abuelos paternos. De manera que mi ADN es una recombinación de seis personas distintas. Mientras la herencia de los padres siempre será al 50 por 100, la herencia de los abuelos sigue un camino controlado por el azar. De cada cromosoma que uno recibe de su padre existe el 50 por 100 de posibilidades de que proceda de la abuela y el 50 por 100 de que lo haga del abuelo. Igual que tirar una moneda al aire. Matemáticamente, sólo hay una entre cuatro millones de posibilidades de que todos los cromosomas que lega el padre procedan de uno sólo de sus progenitores (el abuelo o la abuela). Pero en términos generales, nuestros rasgos son un cóctel cuyos principales ingredientes son los genes maternos y paternos aliñados con algunas otras introducciones provocadas por el azar. Por eso es tan difícil en ocasiones detectar a primera vista a qué familia se parece más un bebé.

Y la cosa se puede complicar aún más a la luz de un hallazgo publicado ayer en la revista «Genome Biology», según el cual, el ADN humano también presenta genes invasores que no proceden de nuestros progenitores y ancestros sino de microorganismos que cohabitaron con el hombre en tiempos remotos.


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