La llaman Denny y fue una niña de 13 años (una mujer adulta, realmente, según los parámetros de su tiempo) con unos padres muy peculiares. Su tiempo: unos 50.000 años. Sus padres: una mujer neandertal y un hombre denisovano. Es decir, los padres de Denny pertenecían a dos especies humanas diferentes. Por eso, Denny, cuyos huesos han sido desenterrados 50.000 años después de su muerte en una cueva de Rusia, es un individuo único para la ciencia: el primer fruto conocido del cruce de dos especies humanas distintas.
La publicación en la revista «Nature» de los datos genéticos extraídos de los huesos de Denisova 11 (nombre técnico de Denny) supuso ayer un shock para la comunidad paleontológica. Desde hace décadas sabemos, o más bien intuimos, que las distintas especies de homininos (nuestros antecesores directos y sus parientes más cercanos) que convivieron en Europa hace unos cuantos cientos de miles de años pudieron hibridarse. Se sabe que mantuvieron contactos sexuales entre ellas generando descendencia, como puede ocurrir entre lobos y chacales o entre distintas especies de osos en libertad. Pero nunca se había obtenido un ejemplar de algún individuo hijo de esas relaciones.
Los restos de la hibridación entre especies habían quedado, hasta ahora, reservados a la genética. El estudio de los genomas del Homo sapiens (nosotros), el neandertal y el denisovano (una especie de hominino descrita más recientemente a partir de unos pocos fósiles hallados en Siberia) permitía afirmar que hubo cierto intercambio de genes entre ellos. De hecho, todas las razas humanas actuales, excepto los subsaharianos, presentan alguna traza de genes neandertales, lo que sugiere que buena parte de nosotros procedemos de ancestros que nacieron de padres de ambas especies.
En el caso que ahora nos ocupa, la evidencia genética demuestra que neandertales y denosivanos nacieron como especies separadas de un tronco común hace unos 390.000 años, pero que desde entonces siguieron manteniendo encuentros sexuales e intercambiando material genético. Lo que no está claro es si esos intercambios fueron regulares y continuados o simplemente accidentales y distantes en el tiempo.